El hecho de tener cada vez más años es un tema muy delicado, pero está ahí y debemos hablar con naturalidad de ello. En España el segmento de población con más edad aumenta su proporción como consecuencia del descenso de la natalidad y del incremento de la esperanza de vida.
En este contexto, nuestra disminución de la relación cotizante/pensionista implica la imposibilidad de que los que trabajen puedan mantener a los pensionistas. Por lo que cabe esperar que la vida laboral se alargue y se retrase la edad de jubilación.
Así las cosas, esto supone un reto para las empresas y para las políticas nacionales. Será necesario desarrollar políticas que ayuden a este colectivo a ejercer eficazmente su trabajo. Es más, habrá que plantearse y adaptarse a las características de los trabajadores de más edad.
Hasta la fecha, los criterios que se utilizaban en muchas empresas para hacer frente a muchos de sus problemas se han encaminado hacia la amortización de puestos de trabajo, y casi siempre guiadas por motivos económicos. La necesidad de reducir plantillas comenzaba por los trabajadores de más edad, con salarios más altos y que representan un mayor coste para la empresa. Lo estamos viendo todavía en la actualidad y, sobre todo, en las empresas multinacionales del sector.
La pérdida de capital humano con experiencia
Estas medidas acarrean un conjunto de consecuencias negativas porque el primer perjudicado, el más inmediato, es lógicamente el trabajador. Este no sólo sufre el perjuicio económico sino que también se le coloca en una situación difícil porque las oportunidades laborales son casi inexistentes en esos segmentos de edad.
En segundo lugar, la compañía se descapitaliza de unos recursos que atesoran una importante experiencia, además de la desmotivación del resto de trabajadores. Y, en tercer lugar, la sociedad es la que también sufre por el incremento de costes sociosanitarios para atender a quienes quedan en situación de desempleo, prejubilación o jubilación anticipada. Esta situación ya se está produciendo actualmente con la generación de los Baby Boomers).
Por eso, hay que hacer una reflexión más profunda sobre este tema. De hecho, ya se está facilitando una solución momentánea de urgencia y a corto plazo, pero ahora el reto es facilitar los medios necesarios para mantener a los trabajadores mayores en las empresas. Además, los jóvenes todavía necesitan tutores que les guíen y que les enseñen.
Envejecer ya supone en sí mismo un trabajo
Pero yo no quería hablar de esto, en realidad, y se me ha ido el tema de las manos. Lo que pretendía decir es que, además del envejecimiento en el trabajo –que es natural–, de por sí envejecer es un trabajo, y me explico. Antes de las Navidades acudí al oculista y me dijo que tengo que vigilar mucho la tensión ocular, porque las personas con más de 60 años de edad afrontamos más riesgos.
En este sentido, tengo la sensación de que los profesionales médicos me han mirado colectivamente y están convencidos de que el empeoramiento de mi salud será la enfermedad en la que cada uno de ellos es especialista. Porque el oftalmólogo quiere verme una vez al año, el cardiólogo me dice que no deben pasar seis meses sin verme, el urólogo pretende hacer una revisión al año y el fisioterapeuta una vez al mes. El dentista me envía recordatorios mensuales, que debo ir a su consulta, y mi médico de familia necesita revisar mi colesterol antes de mandarme más medicación… ¡Qué trabajo!
Aunque yo realizo lo que denominamos la ITV una vez al año, cada especialista lleva sus visitas y sus tiempos. No estoy diciendo que no tengan buenas intenciones, ni que me estén utilizando como una fuentes de ingresos recurrentes, pero sí sería bueno que hubiese una coordinación general y que todo se concentrara un poco más.
Por eso digo que estar en la década de los sesenta es un trabajo a tiempo completo.
¡¡Feliz Año 2024!!
¡Que seáis buenos!