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Picaresca eléctrica de alto nivel

Por Miguel Ángel Jiménez

El mes de agosto es proclive a la difusión de noticias extravagantes; la ausencia de informaciones políticas –los diputados y otros próceres, oh gracias, también cogen vacaciones–, que suelen llenar buena parte de los periódicos y telediarios el resto del año, lleva a las parrillas de la televisión, radio y mesas de redacción sucesos de lo más variopinto en las semanas tradicionalmente destinadas al reposo estival.

En este flujo informativo más orientado a la frivolidad y a los fichajes de los ases del balompié, nos sorprendía allá por los primeros días de agosto la noticia que revelaba que urbanizaciones acomodadas y empresas de distintos sectores (por ejemplo, hoteles) son los principales estafadores para la compañías eléctricas; vamos, que roban la electricidad o se dedican a manipular contadores, en lenguaje más simple.

Cuando el estereotipo que teníamos, difundido en gran parte por los medios de comunicación y algunas películas, nos ofrecía casi siempre a personas y colectivos de escasos recursos, o inquilinos de infraviviendas como los habituales defraudadores de electricidad, la realidad nos devuelve una imagen bien distinta. Así, de acuerdo con una información publicada en el diario El País, entre otros, el fraude eléctrico alcanzó la significativa cifra de 1.200 millones de euros en 2014, según los datos aportados por las cinco grandes compañías eléctricas; esto quiere decir que entre 6.000 y 7.000 GWh no se facturaron.

Hoteles, fábricas, comunidades de propietarios y urbanizaciones residenciales, en algunos casos de gran poder adquisitivo, están entre los autores de este tipo de fraudes. La CNMC (Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia) ha confeccionado un informe en el que denuncia que este fraude o estafa eléctrica se está sofisticando cada vez más, lo que hace más difícil su detección: perciben una creciente “profesionalización” de este fraude, dándose cada vez más el llamado “fraude organizado”. Los métodos más habituales seguidos por estos amigos de la ‘electricidad ajena’ son los enganches directos y sin contrato al tendido eléctrico de la red de distribución, o bien a la instalación de otro usuario, la colocación de derivaciones para llevar la energía eléctrica a una instalación no incluida en el contrato, la manipulación de contadores eléctricos para modificar los consumos, la realización de puentes o instalación de determinados dispositivos, e incluso mediante la ¡¡manipulación del interruptor del control potencia!! La verdad es que hay gente muy osada.

La proverbial picaresca española se aplica así en este campo y se lleva a límites desconocidos para el común de los mortales, que paga religiosamente, y sin rechistar mucho, el recibo de la luz; ya se sabe, en caso de duda, la compañía te corta la luz. Algunos balances de resultados o cuentas domésticas se maquillan, al parecer, con el encomiable ahorro en la factura eléctrica, aunque conseguido por esta peculiar fórmula de eficiencia energética. Aquí tienen las eléctricas una intensa labor por acometer que será más eficaz que perseguir al pequeño consumidor.

La CNMC ha recordado también que la energía defraudada supone un mayor coste para los consumidores, que son –oh, sorpresa– los que acaban pagando el coste de estos fraudes, vía recibo. Por ello, este organismo propone que sean las eléctricas, y no los ciudadanos, los que asuman los cerca de 150 millones de euros al año (interanual de marzo de 2014, y valorada esta energía al precio del mercado diario), que en su mayor parte se generan por los fraudes en las conexiones. La CNMC considera que es necesario revisar el incentivo actual a la reducción de pérdidas, estipulado en el RD 1048/2013.

Y no se puede olvidar el aspecto de la seguridad, tanto para aquellos que cometen los fraudes como para los operarios que trabajan con las redes eléctricas que han sido manipuladas, que a su vez han ocasionado distintas averías que sufrimos todos.

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