No, no vayas a pensar que esto que estás comenzando a leer va sobre alguien que no fuera un gran profesional o que su manera de trabajar fuese a echar por tierra la profesión de electricista. Digo “afortunadamente”, no por el bien del sector eléctrico, sino por lo que ganamos a cambio.
Hace unos días, Borja Fernández, CEO de Hacemos Cosas, me comentó, por aquello de mi reciente llegada al sector eléctrico, si sabía que Paco Rabal, quien diera vida a Azarías en la maravillosa y descarnada película dirigida por Mario Camus, Los Santos Inocentes, fue electricista antes que actor.
Pues sí, le dije sonriente. Lo sé y de primera mano, porque -y aquí viene la parte personal- mi familia y la familia Rabal ha contado siempre con una gran amistad. Y ahora que nos estamos conociendo, creo que esta historia es una excusa perfecta para contarla.
Gracias a que Paco Rabal abandonó su carrera como ayudante de electricista en los Estudios Chamartín, lugar de producción de grandes películas de la época, debido a la habilidad que tenía para memorizar e interpretar distintos personajes que veía mientras ensayaban los actores “de verdad”, el sector de las instalaciones eléctricas perdió a un profesional. Sin embargo, ganamos a cambio a un magnífico actor, reconocido y premiado tanto en nuestro país como fuera de nuestras fronteras.
Una gran amistad, que se prolongó en los hijos
Nuestra relación con la familia Rabal se inicia con mi padre, también actor. José María Tasso, más conocido como “el flequillo”, fue un actor secundario de aquellos que dejaban huella, tanto por su forma de actuar, como por su aspecto físico e, indudablemente, por su característico y peculiar flequillo –que hacía volar con un soplido inigualable-. Sus personajes eran por lo general el punto cómico / simpático de las grandes estrellas de la época (Marisol, Rocío Dúrcal, Manolo Escobar, Concha Velasco, Fernando Fernán Gómez, Carmen Sevilla, López Vázquez…), donde, a lo largo de su participación en más de 125 largometrajes y múltiples series de TV, coincidió, convivió y compartió anécdotas con prácticamente todos los actores y actrices de España, desde los años 50 y hasta prácticamente el final de su vida (2003).
Mi padre y Paco coinciden por primera vez trabajando en la película Los Clarines del Miedo en el año 1958. De este momento no tengo recuerdo, más que nada porque aún quedaban 15 años para que yo naciera, pero me acuerdo perfectamente del día que, en 1982, acompañando a mi padre al rodaje de la serie de televisión La máscara negra, conocí a Paco.
Yo tenía 9 años y recuerdo, como si fuera hoy, quedarme boquiabierto al ver y, sobre todo, al escuchar a Paco con esa voz grave, ruda y tremenda que parecía que hacía mover los cimientos de la casa en la que estábamos.
Un año más tarde, en 1983, vuelvo a encontrarme con Paco en otra serie de televisión Los desastres de la guerra, donde su hijo Benito, era el ayudante del director. Durante los días que asistí al rodaje, comenzó a fraguarse mi amistad con Benito, traspasando así a la segunda generación.
A lo largo de los años posteriores hubo algunos encuentros profesionales más entre mi padre y Paco, como por ejemplo coincidiendo de la mano de Pedro Almodóvar en Átame (1989) o en la serie de televisión Los ladrones van a la oficina (1995), entre otras.
Ya en 2004, la casualidad me volvió a juntar profesionalmente con la familia Rabal, durante los dos años que estuve en el equipo de producción de los Premios Veo Veo, donde Teresa Rabal iba descubriendo talentos artísticos por todos los rincones de nuestra geografía, al tiempo que Benito Rabal se encargaba de la producción, siempre acompañados (cuando no tenía compromisos artístico), de su madre, también actriz, Asunción Balaguer, una mujer que brillaba por su dulzura, su simpatía, por la cultura que atesoraba y por su sencillez, con la que las horas de conversación se convertían en historias que te abrazaban y sumergían en mil y una historias, cada cual más bonita y emocionante.
Perdimos un electricista, pero ganamos un actorazo
Quién sabe si, de haber continuado su carrera como electricista, Paco hubiese terminado siendo, entre los profesionales del sector, “Paco, el chispas”.
Tal vez hubiera ido de casa en casa, de negocio en negocio, con una furgoneta llena de herramientas y “aparatos”, realizando todo tipo de trabajos eléctricos, mientras se afanaba en soñar distintas vidas que, de haber sido actor, podría haber vivido.
Afortunadamente, Paco no fue “el chispas” y nos regaló, con sus interpretaciones, un crisol de maravillosos personajes que no olvidaremos nunca.
Permitidme que dedique esta historia a la familia Rabal, a la que sigo queriendo y, sobre todo, admirando. ¡Feliz día!
La imagen que ilustra este artículo corresponde a un fotograma de la película “Los clarines del miedo” (1958), con Paco Rabal (izquierda), José María Tasso (centro), junto con Rogelio Madrid y Ángel Ortiz. Imagen recogida del blog de Lady Filstrup.