Hace unas semanas, en una charla con padres de un centro educativo, al hablar del futuro de sus hijos e hijas, una madre dijo en voz alta lo que muchas veces queda flotando en el ambiente: “Mi hija que sea universitaria. Para eso hemos luchado tanto”.
Y no lo dijo con desprecio, ni mucho menos. Lo dijo con esa mezcla de orgullo, aspiración y miedo que sienten muchas familias al llegar el momento de tomar decisiones sobre el futuro académico y profesional de sus hijos a los 16 años. A esa edad, en la mayoría de hogares todavía se repite el mantra de que la universidad es el único camino hacia el éxito. Todo lo demás, incluida la Formación Profesional, se percibe como un “plan B”.
Pero esa idea ya no solo está obsoleta. Es peligrosa.
Paro cualificado y vacantes sin cubrir
En 2025, Europa arrastra un problema crónico: una descompensación brutal entre lo que necesitan los sectores productivos y lo que ofrecen los sistemas educativos. Mientras miles de jóvenes con estudios universitarios generalistas (y costosos) no logran incorporarse al mercado laboral, sectores estratégicos -como el eléctrico, el energético o el industrial- no encuentran suficientes técnicos cualificados para cubrir la demanda real. ¿El resultado? Paro cualificado, por un lado, y vacantes sin cubrir, por otro.
Y no, no es un problema solo de España, aunque aquí somos campeones en “titulitis”. Es un fenómeno europeo que exige una reflexión profunda y urgente.
Porque, a ver, ¿de qué sirve invertir 20 o 22 años de formación teórica, desde P3 hasta un máster posuniversitario, si después el joven se encuentra frustrado, desorientado y sin una vía clara de inserción profesional? ¿De verdad creemos que solo acumular títulos garantiza una vida plena?
Los beneficios de la Formación Profesional Dual
Frente a ese modelo agotado, la Formación Profesional Dual representa un nuevo camino, más directo, más eficaz, más real. Y no es una alternativa menor. Es, en muchos casos, la mejor vía para adquirir tanto los conocimientos teóricos como la experiencia práctica que demandan las empresas.
En el ámbito de la electricidad, por ejemplo, un joven puede empezar con 16 años a formarse en instalaciones, automatización, energías renovables, mantenimiento industrial… y hacerlo de la mano de empresas que están dentro del sistema formativo. Eso lo cambia todo. Ese “chip” conecta el aula con la vida real. Une el talento con la industria. Da sentido al esfuerzo. Y abre las puertas tanto al mundo laboral como a estudios superiores técnicos como las ingenierías.
Porque aquí no se trata de cerrar puertas, sino de abrirlas con criterio.
Es urgente que las familias, los orientadores y el entorno social superen los prejuicios heredados y comprendan que hoy, en pleno siglo XXI, la clave no es tener un “gran título”, sino saber adaptarse a un mundo cambiante, donde la tecnología, la economía, la geopolítica y los mercados globales transforman los empleos a una velocidad de vértigo.
El futuro será de quien sepa aprender y reaprender de forma continua, desde los 16 hasta los 67.
Y quien no quiera verlo, simplemente llegará tarde.